Lo que a lo largo del siglo XIX empezó siendo
turismo de balneario e hidroterapia higienista y de “baño de ola” con fines
terapéuticos por parte de las élites españolas, en la segunda mitad del siglo y
de forma progresiva se fue transformando en veraneo y turismo de ocio.
San Sebastián en este sentido representa el paradigma
de este proceso en España, junto con Santander; en ambos casos la influencia de
la familia real española fue decisiva en el desarrollo de las dos ciudades.
Todo empezó en el verano del año 1845 cuando la
soberana Isabel II, entonces aún soltera, acudió a San Sebastián acompañada por
su madre la Reina Gobernadora D.ª María Cristina y su joven hermana la infanta
Luisa Fernanda, con el propósito de tomar baños de mar en La Concha debido a
que estaba aquejada de una enfermedad de la piel. La Reina acostumbraba a tomar
las aguas a la una del mediodía, a la vista de un numeroso público. Le asistía
en el baño la donostiarra María Arratibel. Su estancia, que apenas duró dos
semanas, causó una honda impresión en la población local, marcando un punto de
inflexión en la proyección turística de la ciudad, al consolidarla como
estación balnearia de moda.
Es imprescindible mencionar las visitas de la
reina Isabel II y de los miembros de la familia real en el desarrollo de San
Sebastián como capital del turismo español del siglo XIX. Sin duda la presencia
de la realeza en la capital donostiarra contribuyó a que la nobleza y la alta
burguesía se animaran igualmente a tomar baños en estos mismos lugares. Se
trataba, por lo demás, de una minoría que se desplazó por motivos inicialmente
terapéuticos y que de esta manera empezó a demandar servicios que podríamos llamar
turísticos (Carlos Larrinaga -Universidad del País Vasco- La madurez de un
producto turístico: el País Vasco entre 1876 y 1936).
Con anterioridad a la propia soberana (Isabel
II), un hermano de Fernando VII, el infante Francisco de Paula Antonio, había
tomado los baños en La Concha, primero en 1830 y después en 1833.
Unos años más tarde, en 1859, fueron los
emperadores de Francia, Napoleón III y su esposa, la española Eugenia de
Montijo, quienes se personaron en la capital guipuzcoana. Su presencia, así
como la de otros aristócratas, hicieron de San Sebastián un importante lugar
turístico para mediados del siglo XIX.
Esta decisión, mantenida por la reina María Cristina, convirtió a San Sebastián en un afamado destino turístico de lujo con capacidad de atracción para las élites económicas y nobiliarias de España y de otros países europeos. Su fama como elegante lugar de veraneo se prolongó hasta la proclamación de la Segunda República.
Palacio de Ayete. |
Estación del Norte de San Sebastián. La marquesina (1881) fue realizada en los talleres de Gustave Eiffel. |
Otro hecho de trascendental importancia para el
auge turístico de San Sebastián fue la mejora de los transportes. La línea
Norte del ferrocarril fue inaugurada en San Sebastián en el mes de agosto de
1864 por el rey consorte Francisco de Asís. A partir de este momento se
establecería una conexión permanente con la Corte, lo que facilitaría la
presencia de estos vips en San
Sebastián, como de hecho sucedió.
Fue en el último cuarto del siglo XIX, después
del fin de las Guerras Carlistas, cuando San Sebastián se convirtió
definitivamente en la capital del turismo español. El contar con la presencia
de la familia real en San Sebastián se consideró trascendental para la consolidación
de la ciudad como producto turístico. Hay que recordar que la Reina Isabel II
veraneó en el Palacio de Ayete los años 1883, 1884 y 1886. Fue finalmente la
propia reina María Cristina, asidua veraneante en San Sebastián desde 1887, la
que decidió construir su propio palacio en la playa de La Concha, el Palacio de
Miramar. La presencia de María Cristina y de los demás miembros de la familia
real, así como de su séquito y del resto de la Corte, supuso la verdadera
consolidación de San Sebastián como producto turístico.
La siguiente dedicatoria, incluida en “Crónicas
de San Sebastián”, recogida en el libro “Guía del Viajero” de San Sebastián
(Susaeta Ediciones S.A. 1990) resume a la perfección lo que San Sebastián debe
a María Cristina de Habsburgo-Lorena:
“Dedicamos nuestro recuerdo a la reina regente, la egregia figura que eligió nuestro contorno para veraneo, dando con ello el espaldarazo a la ciudad que entonces se despertaba. Con ella Donosti adquirió rápidamente un sello de distinción que atraería a todo un mundo aristocrático, artístico y literario. En reconocimiento, San Sebastián la nombró Alcaldesa Honoraria el veintiséis de febrero de mil novecientos veintiséis. Nuestra ciudad le debe eterno agradecimiento.”
Los principales edificios
y palacios de San Sebastián, los más representativos de la ciudad en la
actualidad, se construyeron a partir de la llegada de la familia real española
y la consolidación como destino turístico de San Sebastián. Fue el periodo
conocido como “La Belle Epoque”, que
se extendió con carácter general en Europa desde el año 1871 hasta el comienzo
de la I Guerra mundial en 1914 y que se amplió en San Sebastián hasta 1936, fecha
del comienzo de la Guerra Civil, al mantenerse España al margen de la
contienda mundial.
Entre las
construcciones que se realizaron en esta época cabe destacar el Palacio de la
Diputación (1890); el Palacio de Miramar (1893); El Gran Casino, actual
Ayuntamiento (1897); la Catedral del Buen Pastor (1897); El Puente de María
Cristina (1905); y el Teatro Victoria Eugenia, el Hotel María Cristina, La
Perla y el Funicular del Monte Igueldo (1912).
Desde luego, no cabe
la menor duda de que San Sebastián le debe “eterno agradecimiento” a la
monarquía española, sin la cual hubiera sido muy difícil llegar a tener el
prestigio nacional e internacional que hoy tiene.
Hotel María Cristina (izq.) y Teatro Victoria Eugenia. |
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